La élite de bayameses ilustrados, miembros de la Sociedad Filarmónica, convencidos de que la introducción de la imprenta era una vía importante para divulgar la producción intelectual y difundir sus ideas políticas, priorizaron la edición de periódicos.
En 1855, Francisco Murtra solicitó establecer una imprenta. A tales efectos, el 20 de octubre dirigió una carta al Gobernador Superior Civil de la Isla en la que planteaba “animado por algunos vecinos respetables del comercio y hacendados de esta ciudad de Bayamo, penetrado de la necesidad y calculando sobre una honrosa subsistencia, se ha determinado establecer una imprenta y un periódico técnico-económico, local puramente”1
La determinación de contar con los servicios de un foráneo denota la celeridad que deseaban. Buscaron una persona con experiencia en gestiones de autorización y manejo, lo cual garantizaba el éxito de la empresa. Además, contribuía favorablemente a prescindir de un bayamés, los que eran mirados con aversión por el gobierno metropolitano por las discrepancias ancestrales que mantenían. Murtra, editor llegado de Trinidad, constituía una seguridad para el gobierno español, porque conocían su pensamiento de establecer imprenta en diferentes lugares de la Isla, y evitaría enfrentamiento.
La solicitud y aprobación fueron tramitadas con prontitud. El 5 de diciembre de ese mismo año el Secretario de Gobierno le comunicaba al Gobernador del Departamento Oriental que: “En vista del expediente promovido por D. Francisco Murtra para que se permitiera publicar en Bayamo un periódico […] he tenido por conveniente autorizar dicha publicación”.2 El pedido especificaba que se nombraría Boletín de Bayamo, propuesta aceptada,publicándose en mayo de 1856. 3
La carta presentada por D. Francisco era portadora de argumentos persuasivos. En la misma, hace gala de conocer la legislación y utiliza a su favor la política seguida por el gobierno de la Isla; fundamentaba que no excedía el artículo 22 de la ley reglamentaria, y aseguraba que el periódico no tendría “otro objeto que publicar las noticias locales, las de comercio, agricultura, de artes, de manufacturas y cuanto más concierna a los adelantos e industria económica de un pueblo tan antiguo y leal.” 4
A pesar de que el editor trinitario elaboró y firmó toda la documentación de solicitud, será Juan Bautista Mendieta, natural y vecino de Bayamo, quien logre “a fuerza de sacrificios establecer en esta ciudad una imprenta y la publicación de un Boletín bajo la inmediata dependencia de Francisco Murtra.” 5
Discrepancias surgidas con Murtra porque su labor no satisfacía las expectativas de Mendieta, quien quería un periódico que reflejara la realidad de la localidad, que fuera exponente de la necesidad del desarrollo que poseía Bayamo, hicieron fracasar el proyecto editorial en fecha tan temprana como 1857.
Para dar continuidad al objetivo inicial Juan Bautista Mendieta solicita, el 12 de marzo de 1857, permiso para continuar la edición de dicha publicación. El gobierno accedió a que Mendieta controlara íntegramente el periódico, a partir de esta fecha el Boletín de Bayamo será monopolizado por los intelectuales bayameses y reflejará sus necesidades y aspiraciones. Desde que Mendieta solicita autorización, el 4 de agosto de 1857, para asumir totalmente el Boletín, plantea la necesidad de realizar transformaciones. Esas se centraban en tres contenidos: la primera se dirigía a aumentar el duplo de su tamaño e insertar en sus columnas materiales de mayor interés y utilidad pública, porque lo exige “la necesidad apremiante de la época, en que un espíritu vivificador abierto a los pueblos de esta envidiable Antilla para entrar en la marcha de progreso y engrandecimiento”.6 La segunda pedía introducir cambios que contribuyeran al fomento y prosperidad de la jurisdicción y particularmente al sostenimiento de la imprenta y el periódico; estas se referían a que “con la cooperación de los referidos Sres. Francisco Vicente Aguilera Tamayo y Bernardo Figueredo que animado del propio sentimiento se le han asociado en la compra del establecimiento y a desempeñar la parte Editorial”.7 La tercera, “variar el título de Boletín de Bayamo c on otro más adecuado”, se denominaría La Regeneración de Bayamo, sin salir por esto de su antigua esfera, como puramente técnico y consagrado a los intereses locales.8 La capitanía general de la Isla respondió, el 28 de agosto de 1857, que solo aprobaba el cambio de nombre. Surgió La Regeneración de Bayamo, periódico que utilizaba las maquinarias del Boletín de Bayamo, pero su estructura, contenido y objetivos difería de su antecesor. En cuanto a la segunda modificación, la referida a incluir tres editores, se desaprobó argumentando que “los reglamentos porque se rige la prensa periódica de la Isla, no exigen sino un Editor y admitir más sería traspasar los límites de la ley. Esto sin contar con que siendo personal la responsabilidad del Editor, la direccibilidad de la responsabilidad, enunciados, sería inútil, embarazosa y aun perjudicial al gobierno”.9 En la década de 1860, pasó a ser director de La Regeneración de Bayamo el poeta bayamés Eligio Izaguirre,10 quién había alcanzado notoriedad en la década del 1850, al publicar en el periódico El Redactor de Santiago de Cuba la poesía “El adiós del indio.”11
Este diario, como ningún otro vehículo de cultura, devino espacio donde los intelectuales revolucionarios bayameses cohesionaron el movimiento romántico local y dieron a conocer a los principales autores de la época; además contribuyó al avance del periodismo bayamés y realizó una importante labor de afirmación de los valores nacionales; en sus páginas se articularon posiciones e intereses sociales, culturales y políticos siempre en oposición al régimen colonial.
1 ANC: Fondo Gobierno Superior Civil, leg. 670, exp.21543.
2Ídem.
5 ANC: Fondo Gobierno Superior Civil, leg. 670, exp. 21566.
10 El poeta se muestra en los documentos legales como director, no propietario. Todo parece indicar que Francisco Vicente Aguilera continuó siendo el dueño después que Juan Bautista Mendieta se separó de la empresa. Aguilera conocía la importancia de este medio, el cual complementaba el proyecto independentista que organizaba.
11 ANC: Fondo Gobierno Superior Civil, leg. 675, exp. 21808.
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Treinta de agosto de 1851
La intentona revolucionaria llevada a cabo por el General venezolano Narciso López, acababa de fracasar. El hombre que soñó redimir del cruel tutelaje de España a una patria que no era suya, llevado por su amor a la libertad, había entrado en capilla para ser ejecutado añ siguiente día, a las siete de la mañana.
Este acontecimiento infortunado, y aun más para el nativo por el heroísmo de las víctimas, había egendrado dos sentimientos distintos entre los habitantes de la Isla: de color, uno; el otro, de alegría. Para los cubanos implicaba la continuación de la tiranía con su interminable sucesión de desmanes y atropellos; para los epañoles constituía el sostenimiento del régimen colonial, pletórico de bienandanzas. Los primeros se arrodillaban para orar ante la tumba del que pronto iba a ocultarse en ella, mártir de la libertad; los segundos, ante las gradas siniestras del garrote, levantaban la corpa burbujeante de licor para brindar con satánica alegría por la muerte infamante del que había soñado arrojarlos de la Isla como justo castigo a la maldad pareciada en América y oculta aún y triunfadora en un pedazo de su suelo. De un lado, pues la angustía derramando lágrimas y del otro el alborozo batiendo palmas, ambos sobre la perspectiva de un cadáver!
En otros pueblos de la Isla, haciendo caso omiso de sentimientos que constituyen el galardón más elevado del hombre, convirtieron la próxima ejecución del héroe venezolano en obligado motivo de fiestas públicas. Las autoriades organizaron banquetes para celebrar tan desventurado suceso; excediéndose en diversiones en aquellos pueblos en donde más arraigada se estimaba la conspiración que acababa de abortar. En ellos se declaraban días de fiestas, se celebraban Te Deum y como si todo esto fuera poco, se obligaba a los cubanos más distinguidos a que hicieran acto de presencia en todos esos espectáculos como una demostración pública de desagravio a España, ofendida por aquella “agreción injustificada y salvaje”.
Entre estos pueblos, Bayamo marchaba a la cabeza. Teatro de singulares acontecimientos históricos, desde la rebeldía de los siboneyes hasta los sucesos de La Granja registrados en España y de viva resonancia en Bayamo, era lógico que tuviese nexos con los sucesos provocados por Narciso López. De que era así, estaba seguro el Gobernador Militar de la ciudad, Coronel Toribio Gómez Rojas, hombre de pasiones desordenadas y soberbio en grado superlativo. Impulsado por esa incertidumbre, quiso aprovechar aquellos momentos para vengar fútiles agravios, nunca como entonces importunos e improcedentes.
Nombrado Gobernador Militar por el General Concha y hecho cargo de la plaza, en 1850, su objetivo principal fue, desde el primer instante de su llegada, de humillación para el cubano, a quien trataba, sin distinción alguna, como a soldado sometido a su mando, persiguiéndolo de manera obstinada. Conducta tan censurable había chocado con los elevados principios de corrección observados inclusive por las clases humildes de la ciudad. Pronunciando de esa manera, en todas partes se le temía y censuraba a la vez.
Uno de los procedimentos empleados para hacer llegar hasata él la repulsión de que era objeto, pues cualquier otra forma de crítica era imposible, consistía en la aparición de epigramas, fijados en las parades durante la noche, sin que nunca, no obstante la vigilancia establecia, se diese con sus autores. En ellos se le atacaba duramente, dándole por nombre, indistintamente, el de “Tiberio” y “Gómez Rayo” (…).
Persuadido de que aquellos partían de los intelectuales y, sobre todo, de los que se dedicaban al cultivo de las musas, entre ellos Céspedes, Izaguirre Guzmán, Fornaris y Lucas de Castillo, los perseguía sistemáticamente.
La captura y ejecución de Narciso López le proporcionó una de las oportunidades que deseaba para jugarles una dura partida. Organizó el banquete ordenado en los salones de “La Filarmónica” y le pasó invitación a las personalidades de la localidad, y particularmente a Céspedes, Fornaris y Lucas del Castillo con la advertencia precisa de que no debía oponer excusas para justificar su falta de asistencia (…)
“La Filarmónica”, convertida en asiento de comensales tan rudos, lucía atravida como en sus días de gala. La ciudad por lo contrario, yacía sumida en profundo recogimiento. Mientras los que, debiendo dar un ejemplo de fraternidad en momentos tan solemnes, se disponían a batir palmas, los otros, los que ansiaban un poco de libertad para vivir en el suelo en que habían nacido y que por derecho natural, que es el más humano de los derechos, les pertenecía, cerraban las puertas de sus hogares para rezar en silencio por el alma del que afrontaba el suplicio, venido de extraño suelo, tan solo por haber tratado, aunque inúltimente, de cederles ese poco
Llegada la hora del banquete, alrededor de la mesa, bien provista de suculentos manjares y espirituosos vinos, tomaron asientos, ufanos y aparatosos, los representantes más intransigentes del Gobierno; y acompañándolos, pálida la faz y de irritación el alma, auqellos que, enemigos irreconciliables de España, no podían expresar el descontento nie le dolor que aquel acto inhumano les producía.
Entre chistes y bromas, donde despuntaban las indirectas y procacidades más hirientes para los tres amigos, iniciaron los comensales la adesventurada comilona. Los tres amgos, sin proferir una palabra, resueltos a no masticar un solo bocado, no obstante la invitación del Gobernador para que lo hiciesen, soportaban serenos situación tan enojosa, aunque se reflejaba en sus rostros la indignación que les conturbaba.
Agotados los manjares por la voracidad de los comensales, cuyo apetito hacía mayor el motivo del convite, al rojo de las mejillas por la cantidad de licores ingeridos, se levantó de su asiento Gómez Rojas y, dirigéndose a los tres poetas, exclamó, admonitorio tronitante:
-Señores poetas: les ha llegado el turno para improvisar!
Una explosión, en aquellos momentos, no hubiera producido el efecto de esta petición, que era de orden inexcusable del Gobernador. Mientras los comensales repetían a carcajadas la invitación que les hacía, los poetas yacían perplejos. Aquello era algo inconcebible, brutal, indigno en grado sumo. Era un roto y había que darlo contestación a ese reto. Hay momentos en que es preciso jugarse la vida para sacer incólume la dignidad, y ese era uno de ellos.
Consecuente con la invitación, se levantó de su asiento Fornaris e improvisó unas octavas reales, soslayando en ella el motivo de brindis. Improvisó seguidamente Lucas del Castillo y todos los comensales quedaron pendientes de sus labios. Erguido ante la mesa, fino y cortés como era, levantó la copa sinque su pulso se notara el más ligero temblor. Miró de hito en hito al Gobernador y de sus labios brotaron las siguientes estrofas:
Cuando en años pasado a Castilla
procuró, artero, el infernal britano
arrebatrle la preciosa Antilla
y gobernarla con rigor tirano,
un General valiente su cuchilla
empuñó, austero, con robusta mano,
y murió, vitoreando en la Cabaña,
el nombre de su Rey y de su Espada.
(…)
Al puntualizar el bardo su improvización, un murmullo de protesta surgió de todos los comensales. Se escucharon imprecaciones clamorosas, todas lesivas para el honor del cubano. El Gobernador cambió de color. Sinembargo, calmados los ánimos un instante, se dispusieron a escuchar a escuchar a Céspedes, tal vez con la esperanza, bien infundada por cierto, de sentirse halagados. Momentos de profunda expectación aquellos. Nadie profería una palabra. Todas las miradas, incluso la de Gómez Rojas, estaban fijas en el rostro de Céspedes como porfiadas en leer en la palidez que le cubría, el brindis que iba a improvisar y del cual dependía el éxito definitivo de la fiesta. Céspedes, conciente del fin que le aguardaba, sereno sin inmutarse ante la mirada imponemte del Gobernador, abandonó su asiento. Levantó la copa y lleno de indignación por los insultos que había sufrido, en los cuales se atacaba tan sin piedad al cubano, exclamó con voz mal reprimida al cominezo y después enérgica y vibrante:
Valen mucho los cubanos
en aquesta hermosa Antilla,
y aunque se oponga Castilla,
ellos serán soberanos.
Breve, rápida, incisiva, esa sola redondilla era un guantelazo dado en la faz del enemigo y sin temerle a las consecuencias. Un grito, grito de venganza y de muerte, atronó el salón. Todos los comensales, como tocados en la sencibilidad, levantaron los puños contra el audaz improvisador que, de pie, sin moverse de su lugar, con la mirada relampagueante fija en ellos, soportaba el ronco vocerío que pedía su ejecución inmediata. Aquello era inconsebible y menos en aquel lugar y a presencia del Gobernador y de las autoridades locales. Un poco más y allí mismo ubiera quedado fulminado. Voces estentóreas, interjecciones indescriptibles, amezas, toda esa jerga procaz y pestilente de la soldadesca, llenó el local de “La Filarmónica” hecho al lenguaje de las más altas manifestaciones del espíritu: de la ciencia y del arte. Súbitamente, oponiéndose al desorden reinante, con un puñetazo en la mesa que hizo acallar a los protestantes, tronó la voz del Gobernador, diciendo:
¡Señores: bomba! Aunque se oponga el demonio,
Todos somos españoles, desde Maisí a San Antonio!
Y acto seguido ordenó la detención de los poetas, quienes ingresaron esa misma noche en la cárcel.
La noticia de tal medida voló por la ciudad, prendiendo una llama de indignación en el alma de sus habitantes, tanto mayor cuando no lo podían hacer público. No obstante, la demostraron como pudieron. Al siguiente día amaneció en “La Filarmónica” el retrato de Isabel Segunda destrozado a puñaladas.
Nota: Tomado del libro Bayamo escrito por José Maceo Verdecia con Edición Anotada de Ludín Fonseca García. Ed. Bayamo 2015, pp. 67-72. |
INVITACION A FELICIA
Felicia, ven a cantar,
Ya que una lira tenemos;
No más alto derramemos
¡Porque es tan triste llorar…!
Los dos podemos pintar,
Con arte bello y sublime,
El amor santo que imprime
La cristiana religión,
Y de la humana ambición
Los corazones redime.
Deja el alcázar dorado
Que te ha servido de cuna;
Ven a cantar a la luna
Junto conmigo en el prado.
Aquí tierno, enamorado,
Escogiendo entre las flores,
De los más bellos colores,
Te formaré una diadema
Que represente el emblema
De nuestros castos amores.
¿Qué te importa de ese mundo
La bulliciosa porfía,
Si yo te guardo, alma mía,
Un paraíso fecundo?
Deja, pues, ese aire inmundo
Que causa embriaguez al hombre,
Y, sin que el cambio te asombre,
Ven a mi prado y verás
Grabado con un compás
En cada tronco tu nombre.
Ven, y verás de natura
Los prodigiosos favores,
Sembrando el prado de flores
De incomparable hermosura;
Aquí ninguna pintura
Puede competir con ellas,
Que son en verdad tan bellas
Porque las hizo el Creador
Con ese mismo primor
Con que formó las estrellas.
Sí, mi vida, al prado ven,
Donde el alma se electriza,
Y de mi choza pajiza
Formaremos nuestro Edén.
Aquí olvidarás, mi bien,
El recuerdo de tus lares,
Y si existen los azares
Para dos amantes seres,
Cantando nuestros placeres
Dormirán nuestros pesares.
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UN CUADRO. Si yo inspiración tuviera
Un bello cuadro formara,
En donde representara
La naturaleza entera.
En él con arte pusiera
Un jardín de gayas flores,
De tan variados colores
Y amenidad tan completa,
Que presentara al poeta,
El valle de los amores.
Las aves las pintaría
Con sus primorosas galas,
En acción de abrir las alas
Para saludar el día.
Sus colores les daría
En minuciosa revista,
Poniéndolas a la vista
Con plumas frescas, suaves;
En fin, pintara las aves
Como las pinta un artista.
Un monte espeso pintara
Con su verdoso follaje,
Rindiendo al sol homenaje,
Que su luz le prodigara.
Su inmensidad figurara
Un dilatado horizonte,
Y como reyes del monte
Sobresalieran los pinos,
Donde entonaran sus trinos
El ruiseñor y el sinsonte.
También hubiera una fuente
Con su menuda cascada,
En donde, cristalizada,
Serpenteara la corriente.
Atrayendo suavemente
En su armoniosa carrera
Mil pececillos, que hiciera
Divisar entre las olas,
Y batieran con sus colas
Los lirios de la ribera.
Después de haber realizado
Tan sublime concepción,
Mi poética ambición
Con ella hubiera saciado.
Y ante las plantas postrado
Del Creador Omnipotente,
Doblando humilde, la frente,
Mi cuadro le rendiría,
Que por adorno tendría
Flores, aves, monte y fuente.
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